En un principio, Io, la madre de todas las cosas, en su irrefrenable deseo de crear vida y dar forma al vacio que le había sido entregado se desprendió de una parte de su energía vital y la expandió creando el universo. Aquella energía fue tan poderosa que explosiono en millones de fragmentos que se expandieron por todo el universo. Así nacieron las primeras y más poderosas formas de energía conocidas: las estrellas. Entre todas, la primera y la más brillante y hermosa de todas fue Anwar. Io se sintió satisfecha de su labor y supo que la vida germinaría en todo el universo. Mas Io estaba consciente de que su creación adolecía de un punto débil. Al crear la vida también creaba la dualidad inherente a toda cosa hecha de energía. Todo en el universo estaba hecho de dos polos opuestos y esto irremediablemente conducía a la eterna búsqueda de un equilibrio. Así como existía la luz, existiría la oscuridad y así como la vida nacía también debía terminar o transformarse. Y así mismo, sí como existía el bien en su creación, inherentemente, también existía el mal. De esta manera, cualquier criatura a la que Io dotara de vitalidad y existencia, en algún punto de su universo se crearía instantáneamente su contrario. Así, por más que en las creaciones de la gran madre solo existiera la bondad, irremediablemente estaría dando forma también a su antítesis. Pero Io fue sabia y no permitió que ambos polos de su creación habitaran en la misma realidad. Creo entonces los mundos inferiores o realidad oscura, una copia corrupta del universo de Io donde habitaban todas las formas malignas de la creación. Y sello todo portal que pudiera existir entre ambos planos. (Fragmento del relato acerca de la creación del Universo usado por los maestros Kowa, parte de mi Universo personal)